martes, 9 de septiembre de 2014

El gran elefante


Tenía una enorme cabeza, las orejas un poco caídas y definitivamente una gran gran trompa, que solía arrugarse completa con cada carcajada que solía dar. 
Siempre llevaba el ritmo con sus patitas, en cada paso que le vi dar, vi su empeño, el esfuerzo en su cola, su eterno amor como ningún otro elefante, porque era y es mi elefante, mi único elefante.

 Recuerdo las tardes de verano y las siestas que solía tomar, abrías las ventanas de par en par y tapaba sus patitas muy bien (hacía un lulo con una manta), recuerdo como me gustaba verlo respirar, siempre me tiraba a su lado a mirar su panza (arriba, abajo, arriba, abajo) me daba tanta tranquilidad verlo respirar, su espalda me parecía una fortaleza gigante, sus canciones se convertían en melodía que durante las noches calmaban mi inquieto y miedoso ser. 

Recuerdo su voz cálida, que siempre me espolvoreaba esperanza y calmaba los barcos en mis tempestades, recuerdo los inviernos tomando mate en mi coco con forma de pelota de fútbol, pintando patos en el cielo desde la cocina en un pueblo al final del mundo. 

Recuerdo sus "perdón y disculpame", donde veía en sus ojitos pedazos de su corazón estremeciéndose, queriendo reparar, reconfortar, amar desde su centro. Su alma caritativa y su corazón joven, como un niño inquieto, porque entre más arrugas le salían, más cedía su corazón y yo me emocionaba tanto al escuchar sobre sus sueños e ideales, me encantaba aprender de él, porque amaba su simplicidad y siempre me decía "hay que estar feliz con lo que uno tiene".

 Entre alas de pajaritos me crié con el gran elefante, en un mundo que exploraba y quería explotar cada mañana al levantarme, tantos refugios que construí, tantas aventuras que amaba vivir y él me llevaba comida, ¡amaba la comida!, como un espía miraba el reloj y salía a la jungla, sin miedo, sin guardar siquiera un poco de su ser por sus crías, cazaba una bolsa de pan y traía de regreso más que un pan con queso, en el fondo de la bolsa, él traía yapitas para todos.

 Le encantaban las baratijas y cachureos, recuerdo como le brillaba la ilusión cada vez que traía con esfuerzo algo de regreso a casa y con todo su cariño caminaba calles tapizadas en objetos multicolores y brújulas dañadas, para hermosear nuestro nido, porque ese era mi mundo y con sus orejas tapaba mis ojos del cruel, con su trompa alargada sacaba pedazos de nubes para verme sonreir protegida en su nido, porque la vida es sencilla y dulce cuando te cria un elefante risueño, un elefante musical, que luchó y nunca se rindió hasta que su pancita se detuvo y Dios lo llamó junto a otros elefantes para una orquesta que entona melodías escritas en las estrellas, por cada día que pasa intento abrazarte en mi memoria, recordar tus palabras y respirar, respirar esos cielos abiertos en los que estás y algun día volveré a estar junto a ti, mi gran elefante .

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